Tuesday, March 21, 2006

Noches de karaoke

Lo tengo que asumir: contar con una potencia vocal equiparable a la de Yuridia (jajaja, ay por Dios que sea menos). Reparafraseando lo anterior, tener una mejor voz que Jolette (ay tampoco!!). Ay bueno, ¡ya!, que me guste cantar y que lo haga bien hace que la raza piense que soy clienta asidua de los karaokes. ¡Pues no es cierto!

Lo acepto, me gusta la sensación de pararme en el escenario y empezar a cantar, de interpretar las canciones, pero no soy tan tan asidua a lanzarme cada fin a los cantabares, la verdad. La neta es que luego castra el que vayas con la banda y que nomás quieran que pases tú a cantar, a dar espectáculo. Y aparte que te pidan rolas que ni te van ni te vienen (¡ándale, canta la de la D'alessio, la de "hace tiempo que no siento nada al hacerlo contigo"!).

Hay un karaoke en Mata que se llama "Los quijotes". El lugar está dos dos, pero ha durado (raro para un negocio de esa envergadura!). Su éxito quizá se base en que ponen la pista a tan alto volumen, que puedes estar pegando alaridos y la raza no se da cuenta, jajaja. Todavía recuerdo cañón la primera vez que fui. Después de tanto insistir, accedí a ir. Era sábado y estaba hasta el keke. Pero milagrosamente logramos entrar rápido, quizá porque el cadenero no nos quitaba la vista de encima, jajaa.

Pasé a cantar tres canciones durante toda la noche. Después de esperar una eternidad (pésima la rotación de canciones, debo decir). Pero lo más botana del asunto, fue estar presenciando cada espécimen que se paraba a echar gorgoritos. La posición de la mesa era privilegiada, porque al estar en la sección posterior nos permitía ver a la raza y curartela de todo mundo. Podía ver a la "Paquita la del barrio" y a la "Yolanda del Rio", que se subían a cantar puras rolas de amor y fuertes madrazos. Más allá, la bolita de un tipo que se creía "Bobby Pulido", porque hasta enfundado en sombrero y botas iba. Entre dichos prospectos, el humo que invadía mis órbitas oculares no impidió que me diera cuenta de que una Deyanira Rubí cualquiera (así decidí bautizar a una dama de poca vestimenta y tacones dorados), ya se había hecho clienta asidua del escenario. Iba acompañada de un individuo cuyo aspecto daba evidencia del grado de etanol que traía encima. Ella ya también andaba medio "happy". Lo curado es que, a pesar de que evidenciaban por el trato y la cercanía ser pareja, un tipo imberbe se levantó a sacarla a bailar, de cachetito. Su acompañante ni se inmutó, y ella se puso a bailar muy oronda. Sin embargo, dos piezas después, la chava se volvió a sentar, y el bailador, raudo y veloz subió a dedicarle la rola del Chente, la de "El Ayudante". ¿Acaso el interpelado dijo algo? No. Su grado de alcoholización era tal que ni en cuenta.

Lo curado del asunto fue que, a la hora de interpretar la última canción, la tipa andaba tan ebria que al subir los escalones que daban al escenario de repente ¡zas!, y toda su constitución fue a dar al suelo. Fue tan gracioso porque sólo atinó a tomarse del pedestal del micrófono cual si fuera tubo de table-dance, lo que originó que el respetable empezara a gritarle "ya no le sirvan, ya no le sirvan", y "¡tubo, tubo!".

P.D. No es sólo el sonido estridente que oculta voces desafinadas lo que atrae a la raza, sino también el estartela curando de los mortales que suben (muchas veces) a hacer desfiguro y medio.

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