Wednesday, December 29, 2004

Milagro

¿Qué es un milagro? Es una manifestación divina en nuestras vidas, una muestra de que el Dios en que creemos existe. Es cuando aquel destinatario del mismo siente que en algún aspecto, se ha aligerado la carga de su espalda por intervención celestial. Algunos le han dado la acepción de "acción sin explicación lógica".

¿Por qué si la base de nuestra fe se basa en milagros, por qué no parecen ocurrir a menudo en nuestros días? Tengo una hipótesis. Creo que en la proporción de que la humanidad va avanzando científica y tecnológicamente, los milagros siguen ocurriendo, pero a veces lo atribuimos a acciones humanas y no nos sorprendemos. Personalmente tengo una historia que contar, que apoya dicha hipótesis. Bueno, más bien dos. Todo se origina en mi necesidad incesante de utilizar anteojos desde temprana edad debido a la miopía. Eso me llevó a utilizar lentes de contacto durante 4 años, hasta que un accidente me originó una úlcera córneal que ponía en riesgo la visión de mi ojo derecho. No podría utilizar lentes de contacto por un buen tiempo. Debía usar cinco tipos distintos de gotas cada dos horas. Estrechez económica, situación incómoda para mí y mi madre. Probabilidad de ser intervenida quirúrgicamente si la úlcera no cedía. Mi propia desatención causó una severa astilladura en los anteojos, sumiéndonos en un estado de desesperación profunda. Y aquí aparece San Charvel, patrono de las causas difíciles. Una petición materna, y ocurrieron dos milagros. Uno, la astilladura que amenazaba con tornar mis gafas inservibles se retrajo lo mayormente posible, y la úlcera, reconocida como caso severo, cedió sin dejar cicatriz alguna. Cualquiera puede argumentar lo que sea, pero así las medicinas hubieran sido instrumento de curación, alguien de allá arriba ayudó a que las cosas salieran lo mejor posible, cuando se ha sabido de casos que no se curan así de fácil. Y ahí no queda la cosa.

Un año después, me hallaba de vacaciones en mi ciudad dado que era Semana Santa. Estaba viendo una de las consabidas películas de la temporada, acerca del ministerio de Jesucristo, su pasión, muerte y resurrección. Una de las escenas se refería a la ocasión en la que Jesús le otorgó el don de la vista a un ciego, pero tan cargada de emoción, que las lágrimas no demoraron de caer sobre mis mejillas. Me quité los lentes de armazón, y traté de ver lo que me rodeaba, con mis 6 puntos de miopía, un esbozo borroso, un sfumato desdibujado de la realidad en la que vivía. ¿Qué es la miopía sino una ceguera parcial? Creo que la persona que no sufre de disfunciones visuales no sabe la desesperación que se siente tener que depender de la ayuda que te proporcionen un par de cristales para desenvolverte correctamente, y que sin ellos seas alguien que entrecierra los párpados para tratar de dilucidar qué es lo que tiene unos pasos más allá.

Dios sabe cómo lloré al ver la dicha que experimentaba aquel ciego al poder apreciar nítidamente las imágenes, y cómo le pedí poder experimentar esa dicha sin necesitar tener mis lentes puestos. Unos minutos pasaron, y nada ocurrió. Desistí de estar molestando al Supremo Creador con mis minucias, y seguí viendo la película en cuestión. Pero él no desistió.

El doctor que me había atendido con lo de la úlcera, me había comentado que debido al problema en cuestión, era difícil pensar que sería una candidata adecuada para corrección de miopía con rayo láser. Entonces, llegado el verano, empecé a pensar en la factibilidad de realizar esa operación, dado a que había recibido una beca, pero dicha advertencia, aunado a la onerabilidad de la cirugía en cuestión, me hacía verlo como algo lejano, casi imposible. Sin embargo, en el momento menos esperado, supe de un excelente médico regiomontano, que llevaba a cabo la operación a precios económicos. Hicimos la cita, y se mostró accesible a que en el caso de que los exámenes preliminares fueran negativos, no los cobraría, y en caso contrario, la operación se llevaría a cabo unos minutos después.

Aún recuerdo ese viernes en que, con los nervios a flor de piel, descendí del taxi acompañada por mi madre y nos dirigimos al consultorio del doctor. Unos minutos después, el galeno nos comentaba asombrado, que los exámenes no arrojaban residuos de alguna afección ocular pasada, y que los resultados me otorgaban la calificación de candidata. Dos horas después, mi asombro aún me enmudecía, dado que parecía que la luz se había hecho ante mí. Ya han transcurrido 2 años, 4 meses, 9 días que la luz ha iluminado mis pupilas, y que mi vista es perfecta, mis reflejos se han agudizado. Recuperar al cien por ciento el don de la vista me ha permitido asimilar algo. Quizá Dios no me concedió el milagro inmediato de recobrar de un momento a otro la vista perfecta, no me otorgó el presenciar un acto sin explicación humanamente posible; sin embargo, me hizo entender que para llevar a cabo un milagro, Dios se puede valer de muchas cosas, incluidos los adelantos científicos y tecnológicos, y despejarnos el camino que nos lleve a obtenerlo. Siendo que las posiblidades económicas de mi familia no me permitirían hacer un gasto tan grande, todo se dió para que la operación se llevase a cabo, y aparte, que tuviese las condiciones necesarias para someterme a ella. Tuve el dinero, encontré al doctor indicado, pude tener las condiciones y todo salió a pedir de boca.

Me resulta imposible, después de ello, que haya personas en este mundo que nieguen la existencia de Dios, siendo tanto lo que le debemos. Nos ha ayudado a salir adelante en muchos aspectos, para que quizá se remarque el significado de la fe, creer sin ver, sin que como por arte de magia los ciegos vean y los muertos resuciten. Podría escribir cientos y cientos de casos en que se han salvado vidas y se han curado casos casi perdidos, que pueden atribuirse a la intervención humana de médicos y enfermeras, pero que creo que Dios ha puesto su granito de arena en ellos. Utiliza instrumentos para que los milagros se den.

¿Qué es un milagro? Quizá no pueda explicarlo, pero lo he vivido: mis ojos son prueba viviente de ello.

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