Friday, January 26, 2007

La sirena y el escorpión

Había una vez una bella sirena que vivía en el fondo de mar, pero que le gustaba salir a menudo a la superficie. Era una sirena muy amigable, que acostumbraba convivir de manera formidable con todos los seres marinos. Le gustaba surcar las profundidades del mar acompañada por los peces, los caracoles, los caballitos de mar, las esponjas y los calamares. Solía platicar con las gaviotas y los pulpos, con los cangrejos y las ballenas, hasta el tiburón que a veces era tan arisco con los demás, se portaba amistoso quizá suavizado por el gentil encanto de la joven. Adoraba ver el suave efecto de la luna llena en el mar, y subir impulsada hacia la superficie mientras los nítidos rayos de luna la bañaban alrededor. Un día, sintió el impulso de acercarse a la orilla del mar, hacia una playa muy rara pero a la vez hermosa, conocida por los humanos como la Playa de las Piedras. En lugar de arena tenía pequeños fragmentos de roca multicolores, lo que a los humanos les parecía inconveniente, ya que no acostumbraban pasear por esos lares. Por eso le encantaba a la sirena salir a la superficie y sentarse a la orilla del mar aspirando el suave olor del mar, mientras la fresca brisa marina acariciaba su rostro, y le daba una sensación indescriptible de serenidad y tranquilidad. Era un día nublado, el cielo mostraba un perfecto color blanco con tonos grises, mientras las gaviotas lo surcaban por el horizonte siguiendo su diario trajinar. Mientras se acercaba a la playa, se percató de que varios cangrejos se agrupaban alrededor de algo que sus ojos no podían describir con certeza. ¿Qué estarían haciendo los cangrejos? De pronto, se dió cuenta que lo que rodeaban dichos invertebrados era a un pobre escorpión, al que los mismos estaban atacando.

Impulsivamente, se dirigió nadando con presteza para estar más cerca, y en forma temeraria se acerco al corro. Se tendió en la arena sin que los demás se percataran de su presencia. Sin importar las filosas tenazas de los crustáceos marinos, con un movimiento los hizo a un lado y tomó en sus manos al escorpión, el cual mostraba signos de ser atacado y temblaba incesantemente. Decidida, se dirigió hacia los cangrejos:

- ¿Por qué lo atacan? ¿Qué les ha hecho para que se porten así con él? - los increpó amenazante.

- ¡Es diferente de nosotros, y no pertenece a este lugar! - le contestó desafiante uno de los cangrejos, que se distinguía de los demás por ser ligeramente más grande.

El semblante de la sirena se entristeció, desilusionada. Se trataba del cangrejo que era uno de sus mejores amigos, con el se ponía a entablar largas conversaciones acerca de muchos temas, y era quien siempre la adulaba con sus comentarios agradables acerca de su apariencia y su forma de ser. Nunca pensó que el cangrejo, quien denotaba tener quizá mayor cultura que los demás miembros del cortejo marino, se mostrara tan cerrado hacia otro ser que estaba emparentado a él dado a que ambos eran artrópodos, como se les denominaba a los pertenecientes a la división del reino animal que comprende los articulados de cuerpo quitinoso, solamente que el cangrejo era un crustáceo y el escorpión era un arácnido. Con la voz trémula por el desencanto, le dijo al cangrejo:

- Nunca pensé que fueras de criterio tan cerrado, cangrejo; pensé que serías más comprensivo. Tal vez el pobre escorpión esté perdido, y no sepa la manera de regresar a su hogar, debe estar confundido. ¿Cómo te sentirías tú si te extraviaras y no supieras cómo regresar a casa, eh? El miedo se apoderaría de tí, no sabrías qué hacer, los nervios te traicionarían y estallarías en llanto. No sabrías en quién confiar, ni si los que se te acercan te quieren hacer daño. ¡Y tú maltratando a este pobre forastero solamente porque es diferente! Te creí más inteligente, cangrejo.

- No me juzgues tan a la ligera, sirena - respondió azorado el cangrejo mientras los ojos de la sirena se ponían vidriosos, y los demás de su especie juzgaron prudente alejarse de ahí y dejarlos solos, dado que sabían algo que la sirena no tenía conocimiento.

La sirena se sentó sobre una roca, asiendo en su mano al escorpión que no acertaba a decir ninguna palabra.

- Sé que está perdido, ese arácnido. Pero no creas que es un dechado de virtudes: cuando me he aventurado tierra adentro, me cuentan los demás animales que es un ser maldito, que no pelea en buena lid, ya que aparte de sus tenazas amenazantes, tiene en la cola un aguijón con el que acaba con todo oponente. Hasta los humanos, que son tan poderosos y que fanfarronean de tener poder supremo sobre las demás criaturas, rehuyen de su presencia, y al que ataca, muere. Tú no deberías siquiera defenderlo. Deberías...

Lo que debería hacer la sirena no lo escuchó, porque en eso le contestó airada:

- ¡Eso no te da derecho de erigirte en un vengador de los demás! ¡Nunca te creí capaz de comportarte así! - y acto seguido se alejó moviendose apresudaramente hacia una roca que sobresalía de la superficie a pocos metros de la playa.

El cangrejo se quedó mirándola de una manera extraña. Tenía muchas palabras por decirle a la sirena que se le habían quedado almacenadas, que no pudieron salir y que su forma de ser le impedían liberarlas. Subrepticiamente sintió que la animadversión que de por sí sentía por el escorpión aumentaba a más no poder, amén que un nuevo sentimiento surgía en él: la envidia. Lo envidiaba porque tenía la oportunidad de ser protegido por el ser más bello que para él existía sobre la faz de la Tierra. Esa dulce y grácil sirena, de ojos del color de la corteza de los árboles, café oscuro, grandes y expresivos como ningunos otros había podido encontrar, y vaya que era un cangrejo muy andariego, que gustaba de conversar con otras criaturas y adentrarse hacia tierra firme para conocer nuevos lares. Sin embargo, no tenía el coraje de declararle sus sentimientos a la bella en cuestión, dado que temía (y sospechaba) que ella sólo lo veía como un buen amigo, y que sus intenciones no daban para más.

Mientras tanto, la sirena se había instalado encima de la roca a contemplar al escorpión. Algo se apoderó de ella al dirigir su mirada hacia el arácnido, quien la contemplaba de igual manera, de forma quizá respetuosa, embelesada, hasta podría decirse temerosa. Resulta que el invertebrado en cuestión era muy tímido, dado que no atinaba a articular palabra. Sin embargo, podía sentirse en el ambiente algo en común entre ambos, un halo de misterio inexplicable bidireccional. De repente, algo cimbró en el interior de la sirena que hizo que soltara al escorpión, el cual se alejó rápidamente de la orilla del mar. No obstante, antes de alejarse volteó para atrás y con una mirada cargada de emoción, le dijo a la sirena:

- Volveré pronto a verte. Gracias por salvarme. Eres muy buena, además de bella. ¡Adiós!

Desde ese día, la sirena iba cada vez que podía hacia la Playa de las Piedras, y salía a la superficie, sentada encima de un conjunto de rocas que estaban sobre la playa, que sobresalían de las demás que constituían a la misma. Iba arreglada con sus mejores galas, con tal de que su amigo el escorpión si hacía acto de presencia, la viera lo mejor ataviada posible. A veces iba a visitarla, a veces no. Al sumergirse de nuevo, los demás seres marinos podían adivinar por su semblante si lo había visto o si no se había presentado. Cuando se daba lo primero, la sirena aparecía luminosa, con la sonrisa a flor de piel y los ojos brillando de una forma muy peculiar. Además de que sus conocidos era bastante probable que escucharan después los pormenores de la visita del escorpión, y de las opiniones y temas de conversación que se dieran entre ambos. Sin embargo, si se daba el segundo caso, la sirena regresaba con el rostro demudado, y rápido ocupaba su tiempo en mil actividades, sin hablar con nadie acerca del tema, pero manteniendo la expresión seria a todo momento.

Nunca se percataba la sirena que el cangrejo sufría sobremanera dado a que de lo anterior no sacaba nada más que su orgullo herido. Mas que realmente querer a la sirena, en su mente le regocijaba la idea de que entre ellos pudiera darse algo más que una amistad, ya que se trataba de un ser deliciosamente bello, con el cual compartía muchos gustos y aficiones, a la par de que pertenecían al mismo medio, como quien dice, hablarían el mismo idioma. Le halagaba pensar que ambos estaban hechos el uno para el otro, y además que alguien tan valioso como la sirena fuese su pareja ideal. La apreciaba como algo cercano y bello, mas no estaba propiamente enamorado de la sirena.

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